The Times, 3 de marzo de 1992
Por Anatol Lieven, Aghdam, Azerbaiyán
Esparcidos entre la hierba y los arbustos marchitos a lo largo de un pequeño valle y en la ladera más allá de la colina, se encuentran los cadáveres de la masacre perpetrada el pasado miércoles por las fuerzas armenias contra los refugiados azerbaiyanos.
Desde esa colina se puede ver tanto la ciudad de Askeran, controlada por los armenios, como las afueras del cuartel militar azerbaiyano de Agdam. Los que murieron estuvieron a punto de llegar a la seguridad de sus propias líneas.
Aterrizamos en este lugar en helicóptero ayer por la tarde, cuando las últimas tropas de la Comunidad de Estados Independientes empezaban a retirarse. Se marcharon sin que las facciones enfrentadas lo impidieran, ya que el general Boris Gromov, que supervisó la retirada soviética de Afganistán, voló a Stepanakert para facilitar su salida.
Se impuso una tregua local para que los azerbaiyanos pudieran recoger a sus muertos y a los refugiados que aún se escondían en las colinas y los bosques. Sin embargo, dos helicópteros de ataque sobrevolaban continuamente las posiciones armenias cercanas.
En total, se pudieron contar 31 cadáveres en el lugar de los hechos. Al menos otros 31 han sido llevados a Agdam en los últimos cinco días. Estas cifras no incluyen a los civiles que, según los informes, murieron cuando los armenios asaltaron la ciudad azerbaiyana de Joyalí el martes por la noche. Las cifras tampoco incluyen los otros cuerpos aún no descubiertos.
Zahid Jabarov, un superviviente de la masacre, dijo que vio hasta 200 personas abatidas a tiros en el punto que visitamos, y los refugiados que llegaron por diferentes rutas también han contado que les dispararon repetidamente y que dejaron un rastro de cadáveres a su paso. Alrededor de los cuerpos que vimos había posesiones, ropa y documentos personales dispersos. Los propios cuerpos se han conservado gracias al intenso frío que mató a otros mientras se escondían en las colinas y el bosque tras la masacre. Todos son cadáveres de gente corriente, vestidos con la pobre y fea ropa de los trabajadores.
De los 31 que vimos, sólo llevaban uniforme un policía y dos supuestos voluntarios nacionales. Todos los demás eran civiles, entre ellos ocho mujeres y tres niños pequeños. Dos grupos, aparentemente familias, habían caído juntos, los niños acunados en los brazos de las mujeres.
Varios de ellos, incluida una niña pequeña, tenían terribles heridas en la cabeza: sólo le quedaba la cara. Los supervivientes han contado que vieron cómo los armenios les disparaban a bocajarro mientras yacían en el suelo.